
Si algo estamos aprendiendo con esta pandemia es que el futuro no existe. No como lo imaginamos, ni como lo habíamos planificado. Algo ya intuíamos, puede, cuando veíamos que a veces el excesivo tamaño de nuestros sueños no coincidía con el de la realidad; incluso sabíamos que el presente tiene una existencia efímera (en cuanto lo pronunciamos ya se ha ido). Solo existe el pasado.
Somos quienes fuimos, la suma de esas versiones de nosotros mismos, el poso que las experiencias han dejado en nosotros, un sustrato que se enriquece día a día y sobre el que crece la vida futura.
Ando en estas reflexiones cuando Marc me pide una nota para este blog. Estaría bien que hablases de nuestro veinticinco aniversario, que se cumple este año, me dice. Podrías recordar los inicios, contar alguna anécdota de entonces. No más de seiscientas palabras, por favor.
Veinticinco años contenidos en cuatro o cinco párrafos. Así trabaja la memoria, seleccionando instantes, momentos, apenas una sombra de algunas emociones, un puñado de imágenes, convirtiendo todo en recuerdos como el de aquel redactor publicitario de treinta y dos años a quien su buen amigo, el fotógrafo Pere Sallès acogió en su estudio del Barri Gòtic de Barcelona en mayo de 1995. Abandonaba por entonces el departamento creativo de una multinacional norteamericana de publicidad donde había trabajado los últimos cinco años, empeñado en dedicarse a lo único que sabía hacer. Su amigo le cedió el único espacio disponible de su estudio, una habitación de no más de diez metros cuadrados, sin ventana, que había sido utilizado de cuarto oscuro para revelar. Recuerda hoy ese publicitario a los operarios municipales que todos los días a las seis y media de la mañana preparaban Las Ramblas para una nueva vida, descargando la presión de sus mangueras. De siete a nueve se trabajaba tranquilo, porque nunca sonaba el teléfono del estudio antes de esa hora. Poco a poco, cada vez más llamadas fueron para aquel joven que escribía y pensaba en la habitación del fondo, con un ordenador prestado, muchos papeles y cuatro carpetas.
A comienzos de octubre, cargó con sus archivadores y útiles de trabajo una silla de oficina, y se los llevó rodando Ramblas arriba hasta el número 70 de Rambla de Catalunya.
La portera se llamaba Invención.
El 24 de octubre de 1995 se elevaba a escritura pública la constitución de la empresa, que nació con el nombre de Gete&direct.
Él siempre dice que es empresario por accidente, que lo que le gusta es escribir, crear, y que la publicidad es un campo donde puedes disfrutar haciéndolo. Quizás por este motivo la agencia nunca fue una empresa al uso. En una época en la que era habitual que en publicidad se trabajara hasta la madrugada, en Gete se intentaba respetar el horario de todos, hasta el extremo de que así se contaba, temerariamente, a los clientes potenciales en las presentaciones de agencia. También a diferencia de otras empresas, en Gete no estabas obligado a ambicionar puestos superiores para demostrar que eras un buen profesional. La única ambición ha sido y es disfrutar con lo que uno hace.
Muchos profesionales han pasado por Gete en este tiempo. Algunos se fueron para volver, lo que no deja de ser un orgullo. Pero más allá de todo esto, tras seis traslados y con un equipo actual de veintidós personas, algo ha permanecido invariable: es aquello que a alguien le dio un día por llamar el “espíritu Gete”. Difícil de definir. Es una forma de trabajar, de sentir el trabajo, pero también de relacionarse con el compañero, con el jefe, y de vivir el día a día del equipo y de tratar al cliente, a los proveedores, a las personas. Este es el sustrato y no otro, creado por las aportaciones de los cuarenta y seis profesionales que han pasado por la agencia en estos años, sustrato sobre el que se fundamenta aquello que hoy somos y que continuaremos siendo mañana.
Alguna tarde, antes de regresar a casa, cuando fuera anochecía y las mesas estaban vacías, me he sorprendido a mí mismo contemplando el paisaje de la oficina con los ojos de aquel redactor. Cuatrocientos cuarenta metros cuadrados y toda esa vida, piensa el joven. Y recuerda aquella silla que hizo rodar con unos archivadores y varios útiles de oficina, hasta la línea de salida de una carrera que todavía hoy continúa. Se emociona cuando se dice: todo esto lo has creado tú. Pero yo le corrijo: no, Eugenio, lo han creado ellos, los que hoy están, los que no están y los que vendrán. ¿Los que vendrán? Pero si acabas de decir aquí que no creemos en el futuro. No, no he dicho eso. Todavía eres joven para entenderlo. Tú trabajas en publicidad, ¿verdad? Sí, me responde. ¿Y qué es la publicidad si no la invención del futuro? Necesitamos algo en lo que creer, con más motivo en estos tiempos de pandemia, y creer de verdad es confiar con fe ciega en lo que todavía no es.
Gracias a todos por estos veinticinco años (y disculpa, Marc, por las doscientas ochenta y seis palabras que sobran).
Eugenio Gete-Alonso.